Época: América: problemas
Inicio: Año 1870
Fin: Año 1914

Antecedente:
Desarrollo del sector exportador

(C) Joaquín Córdoba Zoilo



Comentario

El café fue el producto de la agricultura tropical que conoció una de las más rápidas y notables expansiones, a tal punto que el consumo mundial aumentó durante el siglo XIX a un ritmo superior al crecimiento de la renta de los países desarrollados. El mercado más importante fue el norteamericano, que en la década de 1880 absorbía el 40 por ciento de la demanda mundial. En Europa, los mercados más destacados fueron Francia y Alemania. El dinamismo de la demanda exigió una rápida respuesta de los posibles productores. La expansión de sus cultivos transformó el paisaje de las regiones intertropicales de media altura, tanto en Brasil (Sáo Paulo), como en algunas zonas de Colombia, Venezuela, México y América Central y desplazó a los productores tradicionales, establecidos en las Antillas, que vieron peligrar las posiciones adquiridas en el pasado.
Desde la década de 1810, Brasil había tenido un gran desarrollo cafetero y entre 1821/25 y 1851/55 las exportaciones de café pasaron de 208 sacos anuales a 2.514 miles de sacos, con un ritmo de crecimiento de casi el 9 por ciento. En 1898, las exportaciones brasileñas llegaron a casi 25 millones de libras esterlinas (prácticamente el mismo nivel que las argentinas) y a principios del siglo XX Brasil controlaba más del 70 por ciento del comercio mundial del café.

Gracias a ello, los terratenientes brasileños, especialmente los paulistas, se situaron en una posición de mayor fuerza que la de sus restantes colegas hispanoamericanos y estuvieron en condiciones de defenderse mejor de las oscilaciones de los precios en el mercado internacional y de las presiones de los grandes comerciantes. En 1906, los productores brasileños decidieron almacenar los excedentes disponibles para enfrentar una seria crisis de sobreproducción. Las existencias se venderían de forma gradual, a fin de evitar la caída en picada de los precios. Del sistema no sólo se beneficiaron los productores, sino también los bancos que los habían financiado.

La costumbre de retener las cosechas del café en épocas de sobreproducción y precios bajos se extendería en el futuro, pese a sus costos elevados. Este mecanismo sólo fue posible por el auxilio financiero del Estado y el gobierno central y el del estado de Sáo Paulo se alternaron en subsidiar a los exportadores del café. En 1930, en medio de la Gran Depresión y de la pavorosa contracción del comercio internacional, el sistema se desplomó definitivamente. Hay que tener en cuenta que en esas fechas las reservas de café que no encontraban salida en el mercado se habían ido acumulando de forma considerable desde 1924. En medio de la crisis, buena parte del café acumulado debió utilizarse como combustible con el que alimentar calderas.

Si bien puede sonar paradójico, la práctica brasileña de proteger su producción del desplome de los precios causado por la sobreproducción no sólo benefició a los productores locales, sino también a otros exportadores latinoamericanos, como los colombianos, cuyas exportaciones se expandieron considerablemente a la sombra del paraguas protector brasileño, que permitía mantener precios altos en los mercados internacionales. En efecto, Colombia pasó de exportar una media anual de más de 220 mil sacos en el quinquenio 1880/84 a casi 617 mil en el período 1905/09.

El café se convirtió en el motor del crecimiento económico brasileño, ya que su explotación mediante técnicas extensivas supuso un alto consumo de tierra y mano de obra. La abundante y barata oferta de tierras permitía que una vez agotadas las tierras en cultivo, éstas se pudieran abandonar fácilmente y trasladar las explotaciones a un nuevo emplazamiento. De este modo, la frontera cafetera se desplazaba continuamente hacia el interior, hacia el Oeste, en busca de nuevas zonas que roturar, ya que la mayor parte de las explotaciones tenía lugar en el marco de la gran propiedad.

La abundante mano de obra requerida recibía una parte de su pago en dinero y la otra en especie. Para satisfacer la gran demanda de trabajadores, que había sido el principal problema del sector en las décadas centrales del siglo XIX, los terratenientes paulistas recurrieron a los inmigrantes (en su mayoría italianos, pero también numerosos españoles). El flujo inmigratorio fue considerable y antes de 1914 llegaron al país casi 2 millones de personas, que fueron insuficientes para cubrir todas las necesidades existentes.

El principal atractivo que países como Brasil o Argentina tenían para los inmigrantes europeos eran sus condiciones económicas, especialmente el nivel salarial, mejores que las existentes en sus lugares de origen. En estos mismos países las posibilidades de enriquecimiento y ascenso social también eran mayores y si bien la vida del inmigrante era muy dura, y por cada uno que hacía la América había muchos cuya experiencia no podría catalogarse como exitosa, sus condiciones de vida poco tenían que ver con la miseria que habían dejado atrás. En la dedada de 1920 se incrementó el número de italianos propietarios de explotaciones cafeteras en la región de Sáo Paulo. En definitiva, se puede señalar que las expectativas de los inmigrantes frente a los países receptores eran muy elevadas. El crecimiento demográfico repercutió en las ciudades y Sáo Paulo, el principal centro cafetalero, pasó de 65.000 habitantes en 1890 a 350.000 en 1905.

Las circunstancias bajo las cuales se producía el café en otros países del continente eran muy distintas a las brasileñas, especialmente por el comportamiento de los factores de producción (tierra, trabajo y capital). Mientras en Brasil había una gran abundancia de tierras vírgenes que permitían ampliar de un modo casi indefinido la frontera del café, en la zona delimitada por los ríos Paraná, Paranapanema y Grande, en los restantes países existía una mayor disponibilidad de mano de obra. Esta provenía de un importante crecimiento demográfico (como en Colombia o El Salvador) o bien de la mayor vinculación de las comunidades indígenas con la economía de mercado (Guatemala), lo que obligó a sus miembros a trabajar a cambio de un salario. Sin embargo, en todas partes se observa una cierta expansión de la frontera cafetera, aunque a costa de otros cultivos. En Colombia, por ejemplo, la producción que estaba concentrada en el departamento de Cúcuta se expandió a los de Pamplona y Ocaña.

Los sistemas de explotación del café dependían básicamente del régimen de propiedad de la tierra existente y variaban de un país a otro, de una región a otra. En Guatemala y México encontramos grandes haciendas cafetaleras, mientras en Colombia predominaba la mediana explotación y también nos encontramos con haciendas a cargo de arrendatarios. Pese a esta diversidad, en casi todos los casos destacaba la debilidad de los productores frente a los comerciantes. Uno de los motivos de esta debilidad era la escasa flexibilidad del cultivo del café para reaccionar con rapidez a las variaciones de la demanda. Cuando por fin habían madurado los cafetos sembrados en una coyuntura de aumento de precios, el productor se podía encontrar con que la situación había cambiado radicalmente y que sus nuevas plantas incrementaban los efectos de la sobreproducción y de la caída de los precios, dado su prolongado tiempo de maduración.

La especulación estaba a la orden del día y era favorecida por las variaciones estacionales de los precios y por las oscilaciones de los mercados internacionales, debidas especialmente a las crisis de sobreproducción. Las crisis se repetían con cierta frecuencia: 1896, 1906, 1913. Gracias a ellas los comerciantes alemanes establecidos en Colombia pasaron a controlar el 60 por ciento de las tierras dedicadas al cultivo del café, que explotaron más productivamente que las haciendas controladas por los terratenientes locales.

Tras la Primera Guerra Mundial, los productores brasileños continuaron con su política de sostenimiento de los precios, especialmente a partir de 192,4, cuando la sobreproducción se hizo permanente. En Sáo Paulo se creó el Instituto del Café, encargado de comprar la totalidad de la producción brasileña, pagando un precio sostén. Y si bien esta práctica permitió mantener elevados los precios, también perpetuó la sobreproducción. Se trataba de un círculo vicioso, ya que la misma existencia de precios altos estimulaba los cultivos, al carecer los productores de estímulos para disminuirlos. Los productores sabían que el Estado subsidiaría sus cosechas mediante el pago de un precio superior al que se pagaba en los mercados internacionales, de modo que no estaban interesados en reducir sus explotaciones.